domingo, 7 de agosto de 2011

PATAKI DE IFA

PATAKI DE ORULA
Obbatalá vivía con su mujer Yemmú y sus hijos Elegguá, Oggún, Ozun, y Ochossi. También tenían a Dadá, pero ésta no vivía con ellos.

Obbatalá salía todos los días a trabajar por el mundo dejando a sus hijos en casa, y cuando regresaba, Ozun era el que tenía que decirle lo que había sucedido en ese transcurso de tiempo. Oggún era el que más trabajaba y por ello era muy mimado y todos tenían que obedecerle; mas éste tenía intenciones deshonestas con su madre, y quiso muchas veces obligarla; pero Elegguá que siempre estaba vigilando se lo dijo a Ozun quien llamó la atención a Oggún.
Conociendo quién había contado lo indigno a Ozun, buscó tragedia y echó a Elegguá de la casa, pero éste se quedó en la esquina, mientras Oggún preparaba ricas comidas que le daba a Ozun para entretenerlo. Todos los días, Oggún a una misma hora, cerraba la puerta, y como Ozun se entretenía comiendo, no veía nada.

Un día Elegguá esperó a Obbatalá y le dijo:

-Papá, yo tengo algo que decirle, hace muchos días que no como.

-¿Por qué? -preguntó Obbatalá.

-Porque Oggún me echó de la casa -le respondió.

-¿Y por qué? -volvió a interrogar Obbatalá.

-Porque Oggún no quiere que yo vea lo malo que él está haciendo.

-¿Y cómo Ozun no me ha dicho nada?

-Porque Oggún le da mucha comida y éste se queda dormido.

-Imposible que Ozun se quede dormido, Ozun no puede acostarse y mucho menos quedarse dormido.

-Bueno papá, usted no diga nada y mañana como de costumbre, sale para su trabajo y regresa para que con sus propios ojos lo vea.

Al siguiente día, Obbatalá salió para su trabajo como de costumbre, pero se escondió detrás de unos matorrales cuando vio a Ozun acostarse y quedarse dormido al instante, y a Oggún cuando cerró la puerta. Poco a poco, apoyado en un bastón de mangle porque le faltaban las fuerzas, se acercó a la puerta, llamando con el callado del bastón. Oggún, al abrirla, encontró que Obbatalá tenía la mano levantada para maldecidlo y adelantándose le dijo:

-Papá, no hable, no me eches maldición, yo mismo me voy a maldecir y mi maldición será que mientras el Mundo sea mundo, yo Oggún Aguanillé, de día y de noche trabajaré sin descanso para sostenerme.

-¡Oché! (Así sea)- dijo Obbatalá entrando en la casa; y llamando a su mujer Oggún respondió:

-No papá, mamá es inocente, no la culpes.

-Tu no puedes vivir dentro de esta casa -dijo a Oggún y llamando a Ozun le recriminó:

-Yo confiando en ti, y tu por la comida te has vendido; desde ahora Elegguá estará de guardiero, y si Elegguá no come, nadie comerá en mi casa.

-Tu, Elegguá, no pasarás más hambre; en esa puerta para entrar y salir, primero hay que contar contigo; lo bueno y lo malo tú eres quien lo dejará entrar o salir.

-A ti mujer, no voy a maldecirte; pero te digo que cualquier hijo varón que tengamos, yo Obbatalá, lo mataré.

Oggún se fue de la casa y entonces se hizo Oggún Alawedé. Empezó a trabajar en una herrería, y por eso es que se le llama alawedé, herrero. Pasó el tiempo y nació Orula; Obbatalá lo coge sin decir una palabra, se lo lleva lejos de allí, pero Elegguá lo sigue. Llega bajo un árbol de ceiba, abre un hoyo y entierra a Orúnmila hasta más arriba de la cintura. Elegguá que ve todo eso se lo cuenta a su madre, quién a escondidas le mandaba con comida todos los días para Orunla.

Un tiempo después nació Changó, era un niño muy bonito y hermoso. Obbatalá lo cogió entre sus manos, se compadece de él y no quiere hacerle daño; entonces piensa que Dadá, su hija mayor, podía cuidarle ya que vivían separados y así no viéndole no podía hacerle daño porque se había encantado con él.

Pasaron los primeros años y un día Dadá quiso que Changó viera a sus padres. Lo vistió con un traje muy limpio y se lo llevó a Obbatalá. Cuando éste le vio se puso muy contento; más su madre estaba triste porque se acordaba de Orula.

Changó estaba vestido todo de rojo, Obbatalá se lo sentó en las piernas y éste le preguntó por qué su mamá lloraba.

-Yo te lo diré con calma, hijo mío.- Y le dijo a Dadá:

-Quiero que me lo traigas todos los días -y así lo hizo Dadá. De ahí nace el canto de Changó: “Achá guó guó”, que dice que siendo pequeño Obbatalá le contaba toda su vida.

Dadá traía a Changó junto a Obbatalá y éste le contaba día a día lo que Oggún había hecho. Así creció con odio y rencor hacia Oggún. Ya hecho un hombre, Changó tenía muy mal genio, siempre estaba peleando, pero como no tenía armas se fue a ver a su padrino Osain y éste le dio un güiro.

Pasado un tiempo, Obbatalá estaba cada vez más desmemoriado y no acertaba en nada que pudiera aliviar la situación de todos, y aunque la mujer comprendía de donde venía el mal, no decía nada. Changó, viendo la mala situación de Obbatalá y queriendo sacar a Orúnmila de su cautiverio involuntario, se puso a hablar mientras que Obbatalá en silencio le contemplaba y meditaba sobre los trabajos que él estaba pasando sin poder remediarlo.

Elegguá y Changó se querían mucho y se comprendía el uno al otro de lo mejor. Elegguá le hizo una señal a Changó para que acabara de exponerle a su padre lo que le estaba sucediendo. Recordemos que Elegguá desenterró a Orula salvándolo de la muerte, y cuidó a espaldas de Obbatalá, hasta hacerlo un hombre y darle el secreto a Changó. Aprovechando la meditación de Obbatalá, le dijo:

-Papá, yo siempre he tenido buena aceptación de usted; cada vez que le he dicho algo usted ha comprobado que he estado en lo justo y ha salido adelante.

-Es verdad, hijo mío -respondió Obbatalá.

-Usted, antes de yo nacer -siguió diciendo Changó- juró no criar varones y nació Orúnmila, y usted lo enterró...

-¿Y eso qué tiene que ver? -interrumpió Obbatalá.

-Espere Papá -continuó Changó-, después de Orula nací yo y aún me tiene ante su presencia; usted sabe que Olofi lo sabe todo, y como todos los varones somos iguales ante Él, no tiene de particular que esa sea la causa de todos estos trastornos por los que estamos pasando.

-Hijo mío, nada ya puedo hacer, él está en manos de Olofi...

-Tal vez no, Papá -continuó Changó-, como usted es tan bueno, quizás Olofi haya tenido compasión...

-Papá, yo creo que Orúmla vive -interrumpió Elegguá.

-¿Y cómo tú lo sabes? -interrogó Obbatalá.

-Porque un día al cruzar por donde hay un árbol de ceiba, vi un hombre enterrado hasta más arriba de la cintura, me compadecí de él, y desde ese día me dediqué a llevarle comida a diario; y como vi que Changó dijo de enterrado, pienso que ese hombre sea Orula...

-¡Es verdad!. ¡Ese es Orula! -sentenció Obbatalá.

-Pues Orula, es quien puede salvar la situación -concluyó Changó.- Él tiene la virtud de Olofi y puede decirle cómo arreglarlo todo.

-Está bien, hijos, iré donde Orula.

Preparándose, partió. Como no estaba bien de la memoria, no recordaba el camino, pero Elegguá se le aparecía en todas las encrucijadas, disfrazado, para guiarlo, y cada vez que Obbatalá era atendido, le pagaba con comidas. Al fin llegó donde estaba Orula, que sabiendo de la visita de su padre, estaba en el hueco abierto en la tierra.

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